Manns es un creador de muchas caras: gran novelista, excelente cuentista (en su tiempo también historiador, así como escritor de uno de los más sugestivos estudios de Violeta Parra) pero, según mi parecer, sobresale ante todo como impresionante e imponente cantautor: uno de los más nobles no sólo durante los grandes años de la Nueva Canción sino también en los largos años del exilio, cuando la canción se convirtió en arma de batalla cuyo mensaje se te metía en el cuerpo y te convencía. Y aunque se suele pensar casi siempre en sus canciones individuales, jamás hay que olvidarse que también compuso -¡hace casi cuarenta años!- la primera de las obras de largo aliento de la Nueva Canción que después se fueron nombrando "cantatas", o sea el ciclo de doce canciones titulado El sueño americano compuesto en el espacio de veintitrés días en 1965 durante la presidencia de Eduardo Frei, inmediatamente después de la invasión norteamericana de la República Dominicana.
Como dijo Mario Benedetti, años atrás,"Tanto el que canta como el que escucha traen consigo un compromiso": la canción adquiere "el sentido y la significación que el contorno le agrega" y, cuando el ambiente es propicio, quedamos "conscientes de que algo efectivamente cambió en las leyes de nuestra convivencia." Así ha sucedido siempre en la producción cantautorial de Patricio. Cuando Patricio me autografió una fotocopia de su cancionero inédito en 1977 (versión muy primitiva de la actual Cantología) su dedicatoria rezaba "Las canciones son el brazo armado de la poesía, no porque disparan, sino porque sangran más" (con bello juego de palabras en el último verbo, típico de su capacidad casi quevedesca para la agudeza conceptuosa).
Muchas de sus letras son de una excepcional densidad poética: muy pocos cantautores han sabido tejer una red de interacciones tan sutiles entre letra y música, y hay que escuchar con muchísima atención para "rascar a fondo ... hasta encontrar el tejido profundo" (como dijera Neruda en su "Oda al hombre sencillo") de canciones como la temprana "Arriba en la cordillera", "En Lota la noche es brava" (de música verdaderamente excepcional) o la famosa "Elegía para una muchacha roja" (todas anteriores al golpe), o el gran "Despedimiento y resurrección de Víctor Jara" (cuyo original se fechó el 19 de septiembre 1973, a los pocos días del suceso mismo), o "Cuando me acuerdo de mi país" (quizás el más bello de todos los lamentos del exilio, compuesto en el febrero de 1974 con una nostalgia profundamente conmovedora), o bien -para cambiar de tema de la política al amor- su bellísima "Balada de los amantes del camino de Taverney", canción de suma ternura y sutileza o "Concierto de Trez Vella" donde Manns realiza un extraordinario trayecto poético-musical . Todas tales canciones hablan de individuo a individuo en profundo diálogo interior, además de incorporar a cada oyente en la colectividad cuyo profundo espíritu ha quedado incorporado en ellas.
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