La narrativa en nuestra región -y ahora puedo hablar en estos términos, puesto que nuestro autor se instaló hace algunos años aquí- es de antigua y noble data. Liborio Brieba, Rosario Orrego de Uribe y Concha Espina entre los primeros antecedentes, Eduardo Barrios, Augusto D'Halmar, Jacobo Danke, Joaquín Edwards Bello, luego, María Luisa Bombal y Carlos León, después y, en la actualidad, Manuel Peña Muñoz, Antonio Rojas Gómez y Omar Saavedra, entre los más destacados, integran la lista más destacada entre nuestros prosistas.
De Patricio Manns, ya sabemos de sus obras. El listado es contundente: De noche sobre el rastro, Buenas noches los pastores, Actas de Marusia, Actas del alto Bio-Bío, Actas de Muerteputa, De repente los lugares desaparecen, El corazón a contraluz, Memorial de la noche, El desorden en un cuerno de niebla, La tumba del zambullidor y La vida privada de Emile Dubois, son parte de una nómina mayor donde se incluye también el teatro, la crónica y la poesía (como ocurre con Memorial de Bonampak). Y se le ha reconocido; el año 2001 obtiene el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura en la categoría de inéditos, y el 2004 se le reconoce merecidamente con el Premio Municipal de Literatura que entre anualmente la Ilustre Municipalidad de Valparaíso. Además de otros reconocimientos se le otorga, en 1988, la beca Guggenheim.
Diversos instantes del reino , la novela que nos entrega ahora bajo el sello de Alfaguara, accede a través de sus páginas a una inmensa metáfora nuestra. Un símil en el que la idea de América, con todas sus aspiraciones y sueños, se entrecruza en una anécdota fijada sobre un paisaje cordillerano, un valle profundo, un cañón similar a los bordes del Urubamba.
Las piezas de una ópera moderna se instalan allí para connotarnos una serie de signos de la más reciente memoria colectiva. Ajedrez y cómic, símbolo y puesta en escena parecieran ser las claves que Manns utiliza ahora en la construcción de esta obra, de este tablado abrupto y laberíntico
Pero la incorporación de tales elementos, por cierto contemporáneos y vinculados referencialmente a la técnica y a la tecnología en tanto creación de un escenario único -guerreros posmodernos en un marco metahistórico- no significan su utilización en el relato, a la manera de una pieza del género de anticipación. En cierta medida el símil posible, más allá de la metáfora, subyace en el plano de los valores.
Y así, una vez más también, puede ser la montaña el verdadero protagonista de esta escritura; esfuerzo en el que autor no está solo tampoco; se trata por cierto de una tradición. Mariano Latorre, Luis Durand, Manuel Rojas, Edgardo Garrido Merino (otro héroe porteño y Premio Nacional de Literatura, no está de más aclarar) son algunos de los nombres que el lector asocia sobre esta toponimia imaginaria..
En el capítulo Escuetas precisiones Manns ubica la ciudadela en el espacio señalado: "Muerteputa, nuestra aldea de piedra pulida y pródigo silencio, se halla incrustada en un seno cóncavo de la cordillera, frente a las Cuevas del Águila que Sueña, afirmándose justo en una extensa saliente rocosa que cuelga encima de un pequeño valle". Ese lugar inaccesible es, ciertamente, una clara representación de nuestro sistema axiológico. Al no separarnos de nuestros principios, postula Manns, no podemos ser ni vencidos ni exterminados. Y desde tal atalaya, como todo se observa para nuestra propia realización, la memoria es un arma primordial. Del mismo modo -y así ocurre entre nosotros- el olvido ha jugado siempre en beneficio del enemigo.
Sin embargo el novelista rehuye a todo cuanto esté determinado por normas y cifras establecidas de antemano. En una suerte de defensa del Derecho Natural, nos indica que más bien son los principios quienes deben regular la gramática social en pro de la paz y de lo verdadero. De tal manera, en Ciertos movimientos, algunas conjeturas, el lector debe optar, tal como uno de los protagonistas, por un sendero en la bifurcación de los caminos. En un sentido o en otro, siempre habrá una alta y boscosa pared con una huella y un destino también polivalentes a los que debemos acceder.
Cobran así vigencia aquellos sabios consejos del Quijote a Sancho en tanto representación del discurso del humanista hacia el poder, que de tanta obviedad resuena casi subversivo: "Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente; que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo"; y "si acaso doblares la vara de la justicia no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia"
La linealidad de los personajes, su presunta ahistoricidad y los despojos de armaduras, uniformes y estandartes de épocas pretéritas dibujados a trazos sobre la página, llevan al lector a un escenario parecido al de un cómic. Los juegos de luces y de sombras, los arroyos entre una espesa vegetación, la perspectiva de las voces y los ecos propenden a esta sensación. Es más, los diversos planos que se entrelazan sirven como topografía a escenas distintas. Tal es el caso de el Almacrabra de los enemigos, cementerio donde yacen esparcidos y tirados sobre la superficie los restos de quienes, alguna vez, osaron romper ese lugar de la Utopía. En dicha toma se destaca una advertencia; y quien no sepa leerla será vencido sin piedad ni perdón. Manns es explícito en este punto: "Cuando Caxicóndor estaba parado en mitad de la nube de polvo, desembarcando recién de su viaje paradigmático, llegó el Desertor. Venía tal vez a mezclar su historieta con nuestra historia. Venía con su fusil, venía con el cantarillo".
Hay cierto inevitable paralelismo entre la función de cada capítulo con una movida del juego del ajedrez. El Desertor, el espúreo protagonista incorporado al parecer desde otro texto es, más que el invitado de piedra, un muy mal jugador. Este, no prevé las posibles variantes; se encuentra en un plano de inferioridad y lo único que cree poseer es una cierta capacidad de ataque que, sustentada en su experiencia, su oficio de guerrero y una poderosa arma (tal vez un fusil semiautomático) lo conducirá a la derrota final. No es más fuerte que un simple alfil de rey que, lanzado en picada contra el peón siete alfil del monarca enemigo, no sólo será sacrificado inútilmente, sino que también arrastrará a toda la partida hacia la caída y la muerte. Caxicóndor, alter ego del justo, conocedor de su superioridad otorgada por una estructura cerrada y de certera gramática, es un monarca magnánimo que no duda en ofrecer tablas a su envalentonado enemigo. Pero la soberbia y la estupidez del primero hará cumplirse la tragedia tal como fue diseñada por el autor.
Es evidente la oposición establecida por la norma ética entre los paradigmas del necio y del magnánimo. Esa cantinela del "se le dijo, se le advirtió, se le repitió reiteradamente" indicada en la trama por medio a través de distintas acciones, queda resonando hacia el final de la novela. Pero el necio es necio y morirá como tal. El bien triunfa sobre el mal, esa es la norma que ha de cumplirse porque, en definitiva "no es el arma lo que importa. Lo que importa es lo que defiendes con ella. No hay un arma mejor que otra: sucede que hay causas mejores que otras causas".
Pero, con todo, también el rescate de lo heroico es una opción para Patricio Manns. Como una lección nos dice: "La dignidad y el coraje son dos actitudes del hombre que jamás provocan repulsión o rechazo, quizá porque no son estados morales comunes. Si llegas a neutralizar todo lo artero que hay en ti, en tanto que hombre, lograrás acerar tu propio valor y tu propia dignidad, serás justo, serás certero, y esto te permitirá ser implacable, y todo cuanto te toque o te concierna será justo, será certero, será implacable".
La posición de corte romántico por la que definitivamente el autor toma partido, queda señalada como una utopía; porque la propia historia se ha encargado de clasificarla así. El trabajo entonces, como escritores, como hombres de bien, recién comienza.
J. C.
viernes, 4 de julio de 2008
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