SUELE SUCEDER QUE los poetas y los buenos escritores vuelven ¾como el criminal al lugar de los hechos¾ a ese lugar impreciso y elástico que es aquel del lenguaje, con unas ganas enormes de hacerlo todo de nuevo para que el texto linde con la per-fección o, al menos, sea aquel que se imaginó desde un principio. No diré que la bara-ja no valga la apuesta: todo eso está implícito en este oficio duro y engorroso de los arúspice, del vate o del aedo, según como queramos nombrarlos: ya sea como aquel que se sumerge en las entrañas para ver el lance de los hechos, ya como aquel que vaticina a partir de la poesía oculta de las cosas, o como aquel que canta a la manera de Orfeo en los infiernos o a la de Homero a pesar de su ceguera.
Patricio Manns, músico, poeta, narrador y ensayista, es decir, arúspice a parte entera y por todos los poros, no es una excepción a esa regla no escrita (valga la sutil paradoja). Pues nos encontramos frente a la reedición de la novela aparecida en el Chile de 1972, época de utopías y experimentaciones en todos los ámbitos y sentidos del lenguaje, de la política, del deseo y, por lo tanto, de la vida. Pero esta es una reedición corregida, aumentada, recreada, recombinada y retrabajada, a partir de la memoria y de los años de exilio vividos por su autor, aunque sin perder la riqueza y complejidad fragmentaria y equívoca de la primera versión. Con una voz a ratos imprecatoria en la mejor tradi-ción de nuestros Pablo de Rokha y Carlos Droguett, el autor se hace cargo de ese verdadero ananké que conforma a este largo país de desastres llamado Chile, expo-liado desde siempre por los sempiternos explotadores del trabajo ajeno que siguen siendo los grandes empresarios, por los usurpadores de la tierra y, por cierto, por sus conserjes y comparsas, es decir, por sus militares, policías, políticos, monseñores y tinterillos.
Novela a varias voces y que en 1972 pasó por una novela experimental ¾cuando aquel que no lo hacía era considerado prácticamente un escritorcillo de segunda o sin talento ni talante¾, no sólo sigue vigente sino que queda en claro que asumir el frag-mento ¾ese que somos cotidianamente desde que nacimos¾, y más aún hoy en día, inmersos como estamos en este verdadero mosaico informativo y en los múltiples rela-tos paralelos de estos tiempos veloces, es, en realidad, la única opción posible, la úni-ca válida para abarcar y afirmar la anchura de la vida y del mundo.
Tanto el cine, la danza y la música, como el teatro y la literatura, se encuentran y se imbrican en los pliegues y despliegues de lo aconteciente y de lo fragmentario. La clá-sica unidad narrativa, o aquello que llamábamos con toda tranquilidad y certidumbre "el nudo argumental", eclosionó junto con la manera tradicional de ver y de mostrar las cosas. Películas como Pulp Fiction de Quentin Tarantino o Antes de la Lluvia de Milko Manchevsky, por ejemplo, son, no solamente polifónicas, sino que un continuo cuestionamiento de la linealidad y de lo unitario: se podría decir que en ellas el tiempo no existe o, sencillamente, no corresponde a la dirección que la costumbre nos hace imprimirle. La cronología no funciona, tampoco el clásico raconto, pues son un verda-dero puzzle que el espectador está llamado a armar como quien arma los restos y los destellos de la memoria.
Aquí, en nuestro país, tenemos, en lo que se refiere al teatro, los ejemplos extraordinarios del Teatro del Silencio de Mauricio Celedón o del Circo Teatro de Andrés Pérez, donde la gestualidad, la imbricación permanente de los rela-tos y del deseo ¾que, como todos sabemos, es siempre múltiple¾ son la característi-ca más evidente y más entrañable, de tal suerte que los espectadores son tragados literalmente por el escenario o se encuentran formando parte de ese lenguaje de cuer-pos y de máscaras. En la literatura, los ejemplos del norteamericano Paul Auster o del portugués José Saramago, delirante el uno, profundamente evocativo el otro, aunque ambos artífices del lenguaje, me dan la razón: la famosa unidad temática tradicional, el tiempo lineal, el juego ¾como en la música¾ de la tensión y del reposo, son cuestio-nados y destrozados a cada vuelta de página o de palabra. Nos encontramos, pues, frente al famoso continuum heracliteano. Ese continuum del cual está hecha, induda-blemente, la escritura de Patricio Manns y que, como él mismo nos lo dice en un capí-tulo, pequeña tragedia griega con Sabio y Coro de Muertos trasplantada al irredento sur de Chile: «Ahora son ustedes eso: una idea, una obra trunca, imposible de com-pletar, como todas las obras iniciadas por el hombre. Y sin embargo, vuestros frag-mentos de obra se ligarán a otros fragmentos de otras obras, en un quehacer intermi-nable. Es el sino del hombre».
Esta novela, en su primera versión, que leí en un ya lejano 1973, agarraba al lector de las solapas por su novedad, pero sobre todo por una evidente honestidad rayana tanto con la provocación como con la ternura, con la rabia y la denuncia como con el silen-cioso condolerse de aquellos que aman su tierra natal y por eso la critican como lo hacen, con ilusión y desesperanza. Muchos puentes se han construido sobre las aguas desde esa versión y la actual, pero el fenómeno allí descrito y vivido continúa siendo el mismo, ahora con indudable maestría, a pesar de las inevitables erratas que los duendes suelen introducir en los textos de los arúspice, tal vez como una manera de condolerse juntos, de reírse juntos o como una advertencia que tiene que ver con aquello que decía nuestro Vicente Huidobro: "Era un hombre tan aburrido como una obra perfecta" o, incluso, con esta otra: "Era tan mal actor que lloraba de veras".
Debo decir que aquello que dijo Droguett, a saber que Patricio Manns «es ahora el autor predestinado de la novela más profunda, más recia, más tremendamente dramática que he tenido el privilegio de leer en los últimos meses», es no sólo plenamente váli-do, sino que se proyecta en nuestra literatura también como un "tirón de orejas" o un llamado de atención a nuestros editores nacionales. Pues, es curioso comprobar cómo éstos se han quedado atrás en la percepción del fenómeno que analizábamos antes ¾lo fragmentario, lo disimétrico, lo múltiple, el continuum heracliteano¾ y se mues-tran reacios a editar, por ejemplo, libros de cuentos ¾porque supuestamente éstos no serían comerciales ya que son el ejemplo por excelencia de la fragmentaridad, del destello, de la eternidad de lo efímero¾, sin hablar de las mal llamadas "novelas expe-rimentales" y que suponen escritas para una elite.
La literatura es antes que nada len-guaje, y continua recreación de aquel en el respeto por éste y por el oficio de escribir. Novelas como las de Patricio Manns enriquecen el idioma y enriquecen la vida ¾sabi-do es lo que decía maese Wittgenstein respecto a que todo lenguaje es una forma de vida¾, cumplen con su doble función de guardianes de la memoria y recreadores del mito y de la imagen, pues hay en ellas una profunda capacidad de fabulación a partir del deseo y de lo aconteciente. Por eso hay que felicitar, también, a Editorial Sudame-ricana que, con la reedición de este libro, vuelve a esa tradición editorial que se las jugó por un Cortázar, por un García Márquez o por un Sábato, cuando nadie o casi nadie quería publicarlos. Porque, después de todo, es bien triste que ante los recha-zos editoriales de la también mal llamada "literatura difícil", no nos quede más que traer a cuento, como tonto consuelo, la famosa anécdota de Andrés Bello cuando le dice a un joven escritor que le pregunta su opinión sobre sus escritos: "En Chile nadie lee, joven, de manera que escriba y publique lo que quiera".
Y para terminar, me parece que la reedición de esta notable novela debe ser una puer-ta que se abre a la escritura polimorfa, fragmentaria y libre que, como ya decía, parece ser la opción de mostrar la inabarcable belleza de este mundo, con todo lo que eso implica de luchas, desvelos, rabias, tristezas, pequeñas alegrías, encuentros, desen-cuentros, desazones, decepciones y utopías. La novela de Patricio Manns nos mues-tra un Chile atravesado y recorrido por eso y mucho más, y el cataclismo de 1960 con maremoto incluido y con toda su secuela de muertos, escándalos ¾como los robos descarados de las autoridades de la época¾ y sus lecciones sobre la humana natura-leza, es la metáfora de la necesaria metamorfosis que este largo país de desastres necesita. Tanto como nosotros.
Patricio Manns, músico, poeta, narrador y ensayista, es decir, arúspice a parte entera y por todos los poros, no es una excepción a esa regla no escrita (valga la sutil paradoja). Pues nos encontramos frente a la reedición de la novela aparecida en el Chile de 1972, época de utopías y experimentaciones en todos los ámbitos y sentidos del lenguaje, de la política, del deseo y, por lo tanto, de la vida. Pero esta es una reedición corregida, aumentada, recreada, recombinada y retrabajada, a partir de la memoria y de los años de exilio vividos por su autor, aunque sin perder la riqueza y complejidad fragmentaria y equívoca de la primera versión. Con una voz a ratos imprecatoria en la mejor tradi-ción de nuestros Pablo de Rokha y Carlos Droguett, el autor se hace cargo de ese verdadero ananké que conforma a este largo país de desastres llamado Chile, expo-liado desde siempre por los sempiternos explotadores del trabajo ajeno que siguen siendo los grandes empresarios, por los usurpadores de la tierra y, por cierto, por sus conserjes y comparsas, es decir, por sus militares, policías, políticos, monseñores y tinterillos.
Novela a varias voces y que en 1972 pasó por una novela experimental ¾cuando aquel que no lo hacía era considerado prácticamente un escritorcillo de segunda o sin talento ni talante¾, no sólo sigue vigente sino que queda en claro que asumir el frag-mento ¾ese que somos cotidianamente desde que nacimos¾, y más aún hoy en día, inmersos como estamos en este verdadero mosaico informativo y en los múltiples rela-tos paralelos de estos tiempos veloces, es, en realidad, la única opción posible, la úni-ca válida para abarcar y afirmar la anchura de la vida y del mundo.
Tanto el cine, la danza y la música, como el teatro y la literatura, se encuentran y se imbrican en los pliegues y despliegues de lo aconteciente y de lo fragmentario. La clá-sica unidad narrativa, o aquello que llamábamos con toda tranquilidad y certidumbre "el nudo argumental", eclosionó junto con la manera tradicional de ver y de mostrar las cosas. Películas como Pulp Fiction de Quentin Tarantino o Antes de la Lluvia de Milko Manchevsky, por ejemplo, son, no solamente polifónicas, sino que un continuo cuestionamiento de la linealidad y de lo unitario: se podría decir que en ellas el tiempo no existe o, sencillamente, no corresponde a la dirección que la costumbre nos hace imprimirle. La cronología no funciona, tampoco el clásico raconto, pues son un verda-dero puzzle que el espectador está llamado a armar como quien arma los restos y los destellos de la memoria.
Aquí, en nuestro país, tenemos, en lo que se refiere al teatro, los ejemplos extraordinarios del Teatro del Silencio de Mauricio Celedón o del Circo Teatro de Andrés Pérez, donde la gestualidad, la imbricación permanente de los rela-tos y del deseo ¾que, como todos sabemos, es siempre múltiple¾ son la característi-ca más evidente y más entrañable, de tal suerte que los espectadores son tragados literalmente por el escenario o se encuentran formando parte de ese lenguaje de cuer-pos y de máscaras. En la literatura, los ejemplos del norteamericano Paul Auster o del portugués José Saramago, delirante el uno, profundamente evocativo el otro, aunque ambos artífices del lenguaje, me dan la razón: la famosa unidad temática tradicional, el tiempo lineal, el juego ¾como en la música¾ de la tensión y del reposo, son cuestio-nados y destrozados a cada vuelta de página o de palabra. Nos encontramos, pues, frente al famoso continuum heracliteano. Ese continuum del cual está hecha, induda-blemente, la escritura de Patricio Manns y que, como él mismo nos lo dice en un capí-tulo, pequeña tragedia griega con Sabio y Coro de Muertos trasplantada al irredento sur de Chile: «Ahora son ustedes eso: una idea, una obra trunca, imposible de com-pletar, como todas las obras iniciadas por el hombre. Y sin embargo, vuestros frag-mentos de obra se ligarán a otros fragmentos de otras obras, en un quehacer intermi-nable. Es el sino del hombre».
Esta novela, en su primera versión, que leí en un ya lejano 1973, agarraba al lector de las solapas por su novedad, pero sobre todo por una evidente honestidad rayana tanto con la provocación como con la ternura, con la rabia y la denuncia como con el silen-cioso condolerse de aquellos que aman su tierra natal y por eso la critican como lo hacen, con ilusión y desesperanza. Muchos puentes se han construido sobre las aguas desde esa versión y la actual, pero el fenómeno allí descrito y vivido continúa siendo el mismo, ahora con indudable maestría, a pesar de las inevitables erratas que los duendes suelen introducir en los textos de los arúspice, tal vez como una manera de condolerse juntos, de reírse juntos o como una advertencia que tiene que ver con aquello que decía nuestro Vicente Huidobro: "Era un hombre tan aburrido como una obra perfecta" o, incluso, con esta otra: "Era tan mal actor que lloraba de veras".
Debo decir que aquello que dijo Droguett, a saber que Patricio Manns «es ahora el autor predestinado de la novela más profunda, más recia, más tremendamente dramática que he tenido el privilegio de leer en los últimos meses», es no sólo plenamente váli-do, sino que se proyecta en nuestra literatura también como un "tirón de orejas" o un llamado de atención a nuestros editores nacionales. Pues, es curioso comprobar cómo éstos se han quedado atrás en la percepción del fenómeno que analizábamos antes ¾lo fragmentario, lo disimétrico, lo múltiple, el continuum heracliteano¾ y se mues-tran reacios a editar, por ejemplo, libros de cuentos ¾porque supuestamente éstos no serían comerciales ya que son el ejemplo por excelencia de la fragmentaridad, del destello, de la eternidad de lo efímero¾, sin hablar de las mal llamadas "novelas expe-rimentales" y que suponen escritas para una elite.
La literatura es antes que nada len-guaje, y continua recreación de aquel en el respeto por éste y por el oficio de escribir. Novelas como las de Patricio Manns enriquecen el idioma y enriquecen la vida ¾sabi-do es lo que decía maese Wittgenstein respecto a que todo lenguaje es una forma de vida¾, cumplen con su doble función de guardianes de la memoria y recreadores del mito y de la imagen, pues hay en ellas una profunda capacidad de fabulación a partir del deseo y de lo aconteciente. Por eso hay que felicitar, también, a Editorial Sudame-ricana que, con la reedición de este libro, vuelve a esa tradición editorial que se las jugó por un Cortázar, por un García Márquez o por un Sábato, cuando nadie o casi nadie quería publicarlos. Porque, después de todo, es bien triste que ante los recha-zos editoriales de la también mal llamada "literatura difícil", no nos quede más que traer a cuento, como tonto consuelo, la famosa anécdota de Andrés Bello cuando le dice a un joven escritor que le pregunta su opinión sobre sus escritos: "En Chile nadie lee, joven, de manera que escriba y publique lo que quiera".
Y para terminar, me parece que la reedición de esta notable novela debe ser una puer-ta que se abre a la escritura polimorfa, fragmentaria y libre que, como ya decía, parece ser la opción de mostrar la inabarcable belleza de este mundo, con todo lo que eso implica de luchas, desvelos, rabias, tristezas, pequeñas alegrías, encuentros, desen-cuentros, desazones, decepciones y utopías. La novela de Patricio Manns nos mues-tra un Chile atravesado y recorrido por eso y mucho más, y el cataclismo de 1960 con maremoto incluido y con toda su secuela de muertos, escándalos ¾como los robos descarados de las autoridades de la época¾ y sus lecciones sobre la humana natura-leza, es la metáfora de la necesaria metamorfosis que este largo país de desastres necesita. Tanto como nosotros.
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